24 de julio de 2012

¿Qué hemos hecho con el marketing? / Capítulo I


by SantiPina

        ¿Y si eso que llamamos "las verdades del marketing" fuera una gran mentira? ¿Y si el marketing que conocemos resultara ser, como al fin y al cabo piensa prácticamente todo el que no vive de él, una trola de proporciones descomunales? ¿Algo que además se hubiera convertido, paradógicamente y a nivel global, en uno de los problemas más graves de nuestro tiempo, en el mayor obstáculo para el desarrollo empresarial, la productividad, el éxito basado en el talento, la creación, la cultura del esfuerzo, por no hablar simple y llanamente del progreso de la sociedad...?

        Primavera de 1876. En el puerto de Kingston, Ontario, la silueta de un hombre recio se adivina a a través del temporal que esa mañana azota la costa. No viste como un estibador. Y un estibador en su sano juicio jamás permanecería clavado al suelo, bajo la lluvia helada y ese viento del diablo, las dos horas largas que Michael Bass lleva ahí sin apenas pestañear. Los estibadores son aquellos que se mueven a decenas de metros de distancia, como un ejército de fantasmas vomitado por el mar, intentando poner algo de orden entre las enormes pilas de barriles que una impresionante grúa extrae sin descanso desde las entrañas de un carguero con bandera británica.

        Finalmente, destacando a pesar de la tormenta sobre miles de toneles de madera idénticos que ya colapsar el muelle, los primeros barriles de cerveza Bass son mecidos por el viento que hostiga a la grúa hasta terminar posándose con suavidad en tierra firme. Los estibadores detienen su trabajo un instante. Michael puede escuchar el acento medio inglés de sus voces en la lejanía:

        - ¿Qué diablos es esto, patrón?

        - La cerveza de Bass. Pónganla junto a las otras.

        "Si el viejo pudiera verlo...", piensa Michael. Unos minutos después el cargamento de cerveza Bass ya está apilado junto al resto. No son un montón de barriles más; son los únicos que han llegado marcados con un triángulo rojo, como salieron de la fábrica de  Burton upon Trent, allí en casa. Como recorrieron el río del mismo nombre en la barcaza que desembocaría en el Estuario de Humber. Como cruzaron valientemente el Mar del Norte para alcanzar la costa de Canadá, todavía una colonia del Imperio. Y como seguirán su camino hasta las tabernas más recónditas del país, donde encontrarán su feliz destino. No son solo un montón de barriles. Ni siquiera barriles de la mejor cerveza británica, elaborada con las benditas aguas del East Staffordshire como la Coors y un par de ellas más. Quién iba a saberlo al fin y al cabo. No, por supuesto que no. Esta es la cerveza de la insignia roja en forma de triángulo. La Bass Pale Ale. La cerveza del viejo.

        De camino al hotel, con el traje empapado y unas décimas de fiebre ganadas a pulso, Bass tiene la sensación de haber culminado también el viaje más importante de sus cuarenta años de vida. Ha merecido la pena navegar tan lejos para ver aquello con sus propios ojos, igual que la merecieron todos los demás esfuerzos para mantener el sabor por encima de los caprichos y la empresa por encima de los perezosos que habrían preferido tener algo de dinero en el bolsillo, en lugar de un buen sueño en la cabeza.  Mereció la pena invertir buena parte de su salud en convencer al resto de la familia para incluir algunas de las mejoras que la era industrial acababa de traer al mundo. Y también la mereció -aquello fue divertido- enviar al pobre Ernst a hacer cola toda una  noche frente a la oficina del Gobierno para ser los primeros en acogerse a la United  Kingdom's Trade Mark Registration Act, que había entrado en vigor el 1 de enero de ese mismo año. En fin, ojalá que el viejo no hubiera muerto cien años antes.

        Alrededor de un siglo más tarde, Andy Warhol pintó en Nueva York una gigantesca lata de sopa Campbell y se convirtió para muchos en el artista más representativo del movimiento Pop. Pero mucho tiempo atrás las botellas de Bass ya habían sido inmortalizadas en Un bar aux Folies-Bergère de Monet y en nada menos que cuarenta obras de la etapa cubista de Picasso, al margen de un breve cameo en el Ulysses de James Joyce.

        Un triángulo rojo no es gran cosa. Hoy nadie lo recomendaría como el ejercicio más seguro para aprobar párvulos de Diseño Gráfico, pero el caso es que está ahí. Ocupando su lugar en algunos de los cuadros más caros de la historia, y ocupándolo  también en la historia de las marcas. Destacando como aquel día lo hiciera bajo la tempestad en el puerto de Kingston. Porque más allá de una marca registrada, más allá de todo lo que pretendan dar por cierto en las escuelas de marketing, de negocios o de finanzas, ese triángulo es y debería ser siempre el símbolo del auténtico empresario. De una gente orgullosa por lo que hace y de la forma en que lo hace. Y orgullosa, como consecuencia natural y no por otra razón, de hacérselo saber al mundo entero.

        Lo que de verdad emocionó a Michael Bass aquella mañana no fue el desembarco de un tosco triángulo rojo pintado en unos barriles de madera. Fue lo que había dentro: la historia de su familia; el trabajo de la gente en la fábrica; un puñado de ideas; la cerveza del viejo.


22 de junio de 2012

POR DÓNDE EMPEZAR.




by SantiPina

        El diario Cinco Días eligió para estar entre los mejores libros del “Management 2.0” uno llamado Visibilidad, escrito por cinco profesionales españolas del mundo digital: Cristina Aced, Neus Arqués, Magali Benítez, Bel Llodrá y Eva Sanagustín.

         De todo lo que hay en el libro, y es un libro muy interesante que además hace valientes incursiones en el Manifiesto Cluetrain, se me quedó grabada una frase que hablaba de otra cosa pero expresa a la perfección el propósito del proyecto facts:brands:

        La empresa es la principal fuente de información sobre si misma.

        No sé si lo es o más bien, y por su propio bien, debería serlo. Cuando cualquier persona tiene la posibilidad de hablar sobre cualquier empresa, todas las empresas deberían tomarse en serio esa oportunidad. Es más habitual encontrar lo anterior terminado en la palabra "amenaza", pero el caso es que hoy he cenado pescado y eso me vuelve optimista. Además, solo hay que echar un vistazo al telediario para darse uno cuenta de que el pánico ya no es lo que era. Para qué más.

        Toda empresa puede ser y, en palabras de Javier Lorenzo, tiene derecho a ser la principal fuente de información sobre lo que hace, lo que piensa y lo que quiere. Por supuesto esto no significa ser la única fuente, ni rebajar un ápice el valor de lo que cualquier otro diga de ella, sino justo lo contrario: significa ser ella quien abre la conversación. Significa ser proactiva en su comunicación. Explicarse. E invitar, sobre la base de esa explicación, al diálogo. Eso es lo que debería ser. Y eso es lo que todos, hoy y cada día más, hemos ganado el derecho a que sea.

        ¿Por dónde empezar entonces?

        Lo normal es que una empresa sepa bien lo que está haciendo. No siempre el empresario, pero sí desde luego su empresa. Sin embargo, también es normal que no haya caído en la cuenta de que eso que hace pueda interesar a mucha gente. A veces a poca pero relativamente influyente, lo cual a medio plazo viene siendo lo mismo. Es en parte culpa de algo parecido al pudor o de una errónea interpretación de la humildad. También es en parte consecuencia de desconocer o subestimar el potencial que tienen sus públicos para contribuir al éxito de la empresa. Nunca es tarde. Por eso lo de la oportunidad.

        En cualquier caso la empresa debe empezar por mirarse al espejo y repasar cada aspecto de su realidad. Con espíritu positivo (recomiendo lo del pescado, de verdad): ¿En qué ayuda lo que estamos produciendo? ¿De dónde estamos sacando las materias primas? ¿Qué podríamos contar de nuestras máquinas? ¿Y de nuestra gente? ¿Hay algo interesante, diferente, en nuestra red de distribución? ¿Hemos hecho algo últimamente para contaminar menos, para ser mejores ciudadanos, para mejorar un poco el mundo? ¿Y qué decir de esas arrugas? ¿Tal vez esconden alguna buena historia que merece ser contada?

        Hacerse unas cuantas preguntas suele traer consigo obtener algunas respuestas. Para ayudar, y aunque la palabra "reputación" nos gusta tan poco como los iluminados que pretenden decirnos lo que significa (por suerte los pobres tenemos más diccionarios que memorias corporativas), este interesante trabajo de Marta Carrió ofrece en el cuadro de la página 5 una guía útil para que esas preguntas tengan cierto parecido con las que cualquier día alguien podría empezar a hacerle a su empresa. Todo es empezar.


31 de mayo de 2012

GRACIAS, FÉLIX.



facts:brands

          Félix Muñoz, 25 de mayo: "La conclusión de todo lo visto es clarísima: No son épocas de cambio, son cambios de época. Hoy la opinión del consumidor es clave (y contagiosa); los anunciantes tradicionales no están poniendo el dinero donde el consumidor ahora está poniendo su tiempo; las empresas más grandes hoy tienen un problema de adaptación al nuevo escenario al que el consumidor ya se ha acostumbrado. Sin un cambio urgente del modelo mental de los responsables de estas empresas que les anime a una profunda transformación de la manera de trabajar de sus equipos, no podrán evitar que en unos años hayan quedado aparcadas de sus posiciones hoy privilegiadas. En cambio, hoy es un momento de enormes oportunidades para que aquellas personas con la mente fresca, abiertas a las nuevas tecnologías, con capacidad de innovar continuamente, con creatividad, pasión, valores, buena actitud y buenas ideas, tengan éxito en sus negocios por muy pequeños que sean."


          Probablemente Félix Muñoz sea hoy la persona que más está ayudando a mejorar la comunicación de marca en este país.


          Tal vez por eso, cuando leímos el texto de arriba, en facts:brands quisimos imaginar que no era solo una clarísima conclusión del encuentro sobre la revolución digital que Félix acababa de presidir esa misma semana en Sevilla (presidió el encuentro, no la revolución), sino una reflexión sobre la situación de nuestra comunicación en general. Porque encaja de principio a fin.


          El cambio de época al que se refiere Félix no es algo que puedan o vayan a decidir las empresas; si fuera así ya lo habrían abortado mucho tiempo atrás. Es un cambio de contexto y es un contexto al que las empresas tienen que hacerse. Pero creemos que es importante entender que tampoco es un cambio únicamente relacionado con la tecnología, por más que ésta esté potenciando ese cambio igual que lo hicieran en su día y a su escala la imprenta o aprender a hablar.


          Porque la gente ya estaba harta antes de estar tan conectada. Y el cambio de la gente ya estaba en marcha antes de que las empresas empezaran a sentir esa sensación tan nueva y terriblemente incómoda llamada soledad.


          El presidente de una gran empresa se encuentra en su despacho, abatido porque tiene la sensación de que la gente de la calle no le escucha. Entonces, en un ataque de desesperación, decide suicidarse: abre las pesadas cortinas, quita de en medio una enorme librería de caoba, arrastra a un lado la caja fuerte, levanta la persiana, desatornilla los barrotes de seguridad, abre las ventanas blindadas y, finalmente, salta al vacío.


          En efecto es urgente el cambio mental en las organizaciones. Descubrir que los consumidores no son rematadamente estúpidos durante todo el tiempo es algo más que  una mala noticia. Si ese cambio mental, cultural, empieza por asumir esta evidencia, todo irá bien. Pero si solo consiste en arrojar un puñado de apps en vez de cacahuetes a la misma jaula de los mismos monos, todo seguirá yendo un poco mal.


          No es una demanda de otra comunicación, o de que la comunicación se adapte a otra tecnología. Creemos que lo que la gente, los consumidores, los públicos, los empleados, están pidiendo a gritos a las empresas es otro modelo de relación.


          ¿Y en qué consiste esa nueva relación? Un ejemplo: a los consumidores no nos gusta que las empresas nos vengan con un producto que han pensado ellas, que han decidido cómo debe ser producido ellas, que tiene el nombre que le han puesto ellas, explicado con una forma de hablar que han inventado ellas, en unos medios de comunicación que han pagado ellas… intentando convencernos de que somos lo más importante de todo ese proceso. Si somos lo más importante, ¿por qué tardamos tanto en ser invitados a nuestra propia fiesta?



10 de marzo de 2012

1. EL ORIGEN DE TODO ESTO. Una comida de trabajo.



by SantiPina

          Viernes 1 de julio de 2011. Odio las comidas de trabajo. En parte las odio porque estar a otra cosa me parece una falta de respeto hacia la gente que cocina. Pero sobre todo porque no tengo el don de la oportunidad. Para llevar con cierta dignidad una comida de trabajo, al margen de la cuestión del respeto hay que contar con la habilidad de tener la boca vacía justo en el momento en que se te ocurre algo inteligente que decir. Y esta última sería, me temo, la tercera razón de mi odio a las comidas de trabajo: comer y pensar son dos de las cosas que no sé hacer a la vez.

        Afortunadamente, ninguno de los que estábamos aquel viernes de julio devorando platillos en el asiático de López de Hoyos teníamos una opinión diferente sobre el asunto. Hacía unos cuantos años que no veía a Armando. Y sin embargo ambos veíamos con cierta frecuencia a Javier, cosa que acabábamos de descubrir hacía apenas un par de semanas. La vida es un poco así.

        - ¿Conoces a Armando? –me había preguntado Javier. Yo tenía programadas mis vacaciones de verano para el día siguiente y se me estaban complicando algunos flecos del guión de un video, de modo que era más que probable que alguien tuviera que cubrirme las espaldas durante un mes.

          - Joder, Armando, claro. Fue quien nos presentó –le recordé-.

          - ¿Ah, sí?

          - Pero fue por teléfono. ¿Tienes contacto con él?

          - Ayer estuve con él.

        La comida era para volver a vernos y hablar sobre ese video, pero lo único que conseguimos fue volver a vernos. Un par de horas más tarde, intentando hacer la digestión a la sombra del porche de Abbey, ya habíamos dejado por imposible abordar el tema y seguíamos hablando de cualquier otra cosa. Quejas y anécdotas, anécdotas y quejas. Lo que suele ser una conversación entre creativos. Recuerdo que hubo un instante de silencio. Después, Armando se incorporó en la silla y golpeó con su paquete de tabaco sobre la mesa de cristal.

          - ¿Por qué no nos dedicamos a hacer powerpoints?

         Javier y yo nos miramos. Seguimos en silencio unos segundos, creo que cada uno buscando la forma de decir lo que queríamos decir o esperando a que el otro lo dijera.

        - Lo digo en serio –añadió Armando arrancándole un cigarrillo al paquete-. Ya sé que es la típica frase que decimos un millón de veces todos los que nos dedicamos a esto, pero estoy hablando en serio: hagamos buenos powerpoints.

        No exactamente con esas palabras, pero Javier y yo llevábamos años discutiendo acerca de ello. Y en el fondo todo lo que llevábamos hablado podría resumirse así. Tal vez no para gritarlo a los cuatro vientos, pero al menos sí para expresarlo allí, mientras los tres intentábamos sobrevivir a nuestra penosa digestión a la sombra de aquel porche.

        A veces, al terminar de producir un video nos quedaba la sensación de haber dejado fuera un buen puñado de oportunidades, de temas que merecían haber sido contados pero se desviaban, más o menos, del asunto principal del proyecto. A veces, sin querer, nos costaba llamar así a eso, y hablábamos de “documentos audiovisuales” en vez de decir “videos”. Algo que a cualquiera que nos oyera le habría parecido, seguramente, cursi. Y a veces empezábamos abocetando una presentación de diapositivas y terminábamos, sin darnos cuenta, teniendo entre manos algo más parecido a una campaña de publicidad, un documental, un libro, un largometraje, una exposición fotográfica, un manifiesto... O un “video”. O una colección de todo ello.

        De alguna forma, las posibilidades de comunicar algo en diferentes lenguajes y formatos, para diferentes personas que podrían estar interesadas desde perspectivas muy diversas acerca de ese algo, ya fuera el catálogo de logros de una empresa o de un gobierno, la demanda de atención de un colectivo o el compromiso de una marca con un asunto concreto, fuera lo que fuera, estas oportunidades para hacer comunicación útil nacían y crecían de forma natural a lo largo del proceso de producción. Y lo hacían desde el propio contenido que estábamos tratando de comunicar: los procesos técnicos albergan valores diferenciales que podía explotar la marca; los compromisos corporativos derivaban en historias auténticas con una carga emocional que difícilmente podría emular la mejor campaña de publicidad; la capacidad de un técnico para explicar una máquina de forma entendible y cercana hacía incomprensible que se hiciera un folleto convencional o una demo interactiva para internet.

          En definitiva, la idea es que las empresas pueden hacer muy buena comunicación con todo lo que, por alguna razón, menos interés parece despertar en ellas mismas: la realidad. Su realidad.

          Tras el golpe en la mesa de Armando yo prometí pensar en todo aquello durante las vacaciones, y él se comprometió a terminar con Javier el video que nos traía de cabeza. Era un buen trato. Varios meses después estamos empezando a poner en marcha el proyecto Facts:Brands para divulgar y potenciar la comunicación corporativa de hechos. Sólo nos falta explicarlo en un powerpoint, cosa de la que se ocupará, o eso esperamos todos, el bueno de Armando.